Hemos regresado al mundo cotidiano, a nuestra cruda realidad. Como lo mencionaba, el furor por ayudar pasaría (porque es natural que así suceda) y todos regresaríamos a nuestras rutinas, a nuestros trabajos, volveríamos a repetir una y otra vez los patrones de conducta a los que estamos tan acostumbrados.
De nuevo las noticias son muy típicas: nos enteramos que de acuerdo al Barómetro Global contra la Corrupción, nuestro país es el más corrupto de América Latina; que más de la mitad de los mexicanos han sobornado a autoridades en el último año para acceder a servicios públicos; que la oposición (ni los candidatos independientes) pueden ponerse de acuerdo en nada; que dos mil capitalinos aprovecharon la ayuda económica que el gobierno de la CDMX estaba ofreciendo a los damnificados sin serlo; que periodistas siguen desapareciendo; que mujeres son violadas o asesinadas. Regresamos del México deseable al México que queremos dejar atrás.
Los damnificados, quienes estaban cobijados por la organización ciudadana, ahora están al amparo de las ineficientes autoridades, de los coyotes. Cada vez menos cámaras los entrevistan para contar su situación, cada vez reciben menos atención. El México excepcional ya no está ahí (porque naturalmente ayudar como lo hizo la gente de forma incansable requiere muchas energías), sino el México común. Ellos ahora están ahí enfrentándose a nuestros más oscuros vicios, el de la corrupción y la ineficiencia. Habitantes de la Colonia del Valle ven, al regresar a su edificio, que «alguien» robó varias de sus pertenencias; a los de Iztapalapa ni les hacen caso porque su colonia no es tan trendy y los medios de comunicación ni los pelan. Otros se quejan de que las autoridades les dan largas cuando les preguntan si su edificio es habitable. Y todo esto mientras que de las comunidades de Oaxaca, Puebla y Morelos sabemos menos, y lo poco que se sabe es gracias a quienes todavía siguen ayudando, a los donativos de empresas y grupos de rock.
Este momento llegaría, pero también es cierto que ante las tragedias se cimbran los cimientos de la sociedad y se convierten en oportunidades para generar cambios. Algunas organizaciones están en ello, aquellas que exigen justicia o transparencia en la reconstrucción, aquellos vecinos que se han organizado para demandar colectivamente a quienes fueron responsables de actos de corrupción que costaron vidas. Aquellos habitantes de La Condesa que deciden quedarse y «no dejar que se caiga todo». Colocan una gran imagen de la perra Frida en la glorieta donde se encuentra la Fuente de Cibeles como recuerdo e inspiración mientras parte de las calles de los barrios siguen acordonados ante los edificios que deben ser reparados o demolidos.
La opinión pública se ha volcado al tema de las elecciones, pero lo aborda como si se tratara de una carrera de caballos. Que si el Peje va arriba, que si el PRI se va adelantar, que si el frente. Pero pocos hablan de los temas que importan y que serán o deberían de ser trascendentales en las siguientes elecciones: poco se habla de la corrupción, de los proyectos económicos (porque muy pocos tienen algo parecido a un proyecto de gobierno). Se habla más bien del cotilleo, del chisme, del meme. La tragedia desnudó, una vez más, la corrupción que existe dentro de nuestra sociedad y nuestras instituciones, tema que debería ser primordial en las elecciones venideras.
Hemos regresado a la normalidad, a la vida cotidiana. Pero hace poco, hace apenas unos días, los mexicanos demostramos que tenemos la capacidad de romper con ella y de dejar al lado nuestros vicios que replicamos todos los días. Y como los vicios son conductas aprendidas, son también, por tanto, conductas que se pueden desaprender. ¿Hasta qué punto la tragedia logrará modificar el estado de las cosas? ¿Hasta qué punto esa lección que nos dimos nosotros mismos gestará cambios dentro de nuestro inconsciente colectivo y nos motivará a cambiar algunas conductas?
Son preguntas que tenemos que responder, y de la mejor manera.