¿Por qué soy liberal y no progresista?

Ago 6, 2017

Hay quienes piensan que ser liberal y ser progresista es lo mismo. Son dos cosas en realidad diferentes y por eso es importante desmarcar ambos conceptos.

¿Por qué soy liberal y no progresista?

Quiero cerrar este conjunto de artículos que han ido enfocados a las críticas del postestructuralismo y el relativismo que ejercen influencia en el mundo moderno entendiendo que hay actualmente más cosas de las que hablar como la crisis de Venezuela, el acontecer político de México y demás. 

Quiero cerrarlo, porque después de todo lo que he leído y vivido (con algunas experiencias no muy gratas), he llegado a la conclusión de que los términos «liberal» y «progresista» deberían de ser desvinculados. En realidad tienen poco que ver.

El vínculo, creo, se hizo por el concepto que se tiene de «liberal» en Estados Unidos. Donde los liberales suelen ser demócratas que pueden ser, sí, liberales, pero que en muchos casos también son progresistas. Los liberales estamos más cercanos al centro político y los «progres» están más orillados a la izquierda. 

Ciertamente, antes estaba inclinado un poco más a la izquierda, pero conforme fui creciendo y también como resultado de diversas experiencias (internas y externas) fue que he decidido considerarme de centro.  Eso no significa que me esté haciendo conservador. Por el contrario, las razones por las que he comenzado a rechazar el progresismo son parecidas a las razones por las que no simpatizo con el conservadurismo.

Tampoco soy libertario, porque creo que serlo implica llevar la libertad a un punto muy lejano y utópico. Las libertades también deben tener ciertos controles para poder vivir de forma civilizada y los seres humanos debemos regirnos bajo ciertas reglas y normas, y aunque creemos que el papel del gobierno debe ser limitado, sí deben existir algunas regulaciones. Que sea liberal no significa que no me preocupe la desigualdad, y tampoco estoy en contra de todas las políticas de distribución de la riqueza, pero creo que la «igualdad» deja de tener sentido cuando la libertad se restringe de forma considerable y cuando dicha igualdad es artificial: un mundo igualitario donde todos tengan lo mismo independientemente de sus méritos no es igualitario en realidad.

Los liberales y los progresistas podemos coincidir en temas como los derechos de las minorías (raciales, religiosas, de género o de orientación sexual) pero las razones por las que estamos de acuerdo con dichos derechos son muy diferentes.

Los progresistas

Los progresistas buscan «liberar» al individuo intentando eliminar todo aquello que dicen lo restringe. La mujer no es libre porque es oprimida por el hombre y entonces hay que eliminar cualquier manifestación de opresión. Los negros no son libres porque los blancos los reprimen. Los pobres son pobres por culpa de los capitalistas. En cuanto a la cultura y los derechos de las minorías, ellos recurren al concepto de interseccionalidad. Es decir, dicen que las categorías no actúan de forma independiente, sino que interseccionan en múltiples niveles. Por eso es que en los ensayos de académicos progresistas es común escuchar términos como «opresión del heteropatriarcado blanco capitalista»; porque dicen, la raza, la preferencia sexual, el género y la posición social inciden de forma simultánea. 

Los progresistas victimizan a las minorías y, por tanto, postulan que se debe eliminar aquello que los mantiene en su condición de víctima. Para ello, aspiran a la intervención del aparato del Estado. Si la mujer o los negros tienen pocas oportunidades, entonces hay que crear políticas de acción afirmativa (o discriminación positiva) tales como las cuotas de género. También pugnan por la deconstrucción del lenguaje (porque afirman que hay que modificar el lenguaje para acabar con la opresión aunque eso implique despojarle de su utilidad para llegar a la razón), y pugnan por la corrección política que no es otra cosa que la coerción a la libertad de expresión en aras de evitar, dicen, la discriminación de las minorías.

Ellos no creen en la libertad que los individuos tienen de educar a sus hijos de acuerdo a sus principios. Por el contrario, buscan que se implemente una agenda homogénea (cargada de corrección política y deconstrucción del lenguaje) porque creen que de esta manera acabarán con las relaciones de opresión de los privilegiados (hombres y heterosexuales) con los oprimidos (mujeres y homosexuales).

Los liberales

Nosotros buscamos liberar al individuo empoderándolo. Nosotros no negamos que existan relaciones de inequidad, pero creemos que más que eliminar al opresor debemos empoderar al «oprimido» para que abandone su condición (por eso podemos preferir políticas públicas como becas para estudiantes que políticas asistencialistas). Nosotros creemos en las libertades porque consideramos que todos los individuos son igualmente valiosos independiente de género, raza, religión, edad o preferencia sexual. No vemos al individuo como víctima porque eso implicaría subestimar y despreciar su potencial. Una víctima sólo lo puede ser en tanto se restrinja su libertad por medio de la coacción y la fuerza. Por eso, los liberales podemos estar de acuerdo con el combate al feminicidio o las alertas de género, dado que por su complexión física el hombre puede coaccionar a la mujer por medio de la fuerza; pero no estamos de acuerdo con las demás políticas de acción afirmativa porque así subestimaríamos su capacidad (que la tienen) de ponerse al mismo nivel de los demás. 

Al ser liberales, respetamos los derechos y las opiniones de los demás aunque no simpaticemos con ellas. Estamos en contra de la corrección política porque es un método antidemocrático que busca imponer una nueva cultura sin que los individuos puedan disentir o dar su opinión al respecto. Eso no significa que «aplaudamos la discriminación abierta». Por el contrario, entendemos que la libertad de expresión tiene su límite cuando atenta contra la integridad de los demás. Por eso, estamos a favor de que se reprueben, y en su caso, se castiguen las expresiones abiertas de machismo (un insulto o una agresión) o la discriminación hacia un homosexual. Pero no estamos a favor de censurar a una persona que disienta ante temas como el matrimonio gay, o quien diga que la diferencia entre géneros no es meramente anatómica. Creemos que nuestras diferencias no deben de ser objeto de censura, sino de debate. Es mediante la argumentación cómo podemos tener una pelea con quien defiende una postura con la cual no simpatizamos, y no por medio de la censura. Porque al establecer que los seres humanos somos igualmente valiosos, quienes disienten también valen lo mismo.

Los liberales también creemos en la persuasión. Creemos que aquellos que tienen conductas que limiten la libertad de los demás no son necesariamente conscientes de ello y no necesariamente obedece a una intención explícita de oprimir al prójimo, sino que puede ser derivado de la educación que recibió (entre otras razones), y por tanto, por medio de la persuasión se pueden lograr concientizar dichas conductas de tal forma que el individuo por sí mismo (y no por medio de la coerción) pueda modificarlas. Por eso es que nosostros usamos los términos «homofóbico» o «misógino» de forma menos frecuente que los progresistas. Sólo los utilizamos cuando hay una discriminación abierta e intencional. 

Conclusión

Los liberales no creemos en los dogmas. Las corrientes de pensamiento, ciertamente, son muy útiles para dar forma a nuestras convicciones (porque no se trata de creer en todo ni creer en nada), pero como los seres humanos nos sabemos imperfectos, y por tanto todas las corrientes son imperfectas, entonces éstas deben estar sujetas a la crítica, incluso el mismo liberalismo.

Aunque no somos conservadores, no por eso ignoramos la necesidad de adquirir una escala de valores y principios que partan de la dignidad del ser humano. No tener una escala de valores nos conduciría progresivamente a la anarquía o a la pesadilla hobbesiana al regresarnos a nuestra condición salvaje. Sin embargo, los liberales, también partiendo de que existen unos valores universales, creemos que las «costumbres morales» no son rígidas y que deben irse replanteando con el tiempo echando de mano la sabiduría y el conocimiento. Los valores no deben deconstruirse arbitrariamente en tanto son consecuencia del progreso intelectual del humano a través de nuestra historia (vivimos en hombres de gigantes), pero también deben de quedar sujetos al escrutinio para crear una escala que corresponda con la etapa evolutiva de nuestra especie o de determinada sociedad. 

De la misma forma, nosotros creemos en la verdad porque es imposible crear algo que tome como base algo que es falso. Por eso somos críticos de la posverdad que existen en ciertos círculos, tanto en el progresismo como en el conservadurismo que niega la ciencia. 

Por eso es que creo que es necesario que se nos desmarque del progresismo. El progresismo no apela a la libertad, sino a combatir la inequidad reduciéndola. Nosotros deseamos más bien poder compaginar ambas cosas y que una se sirva de la otra.  Nosotros respetamos a los movimientos feministas, los LGBT+, los veganos o los ecologistas, pero rechazamos una imposición ideológica que reduzca nuestras libertades. Rechazamos también los juicios de valor y ataques ad hominem por tener alguna discrepancia: Por ejemplo, decir que se es asesino porque uno come carne, o que uno es machista u homofóbico porque alguna persona discrepa con la teoría de la performatividad de Judith Butler. 

Todos los humanos valemos lo mismo, por eso es que debemos pretender la equidad, no la sumisión ni la venganza.