López Obrador, por sus entrevistas lo conocereis

May 15, 2017

Cada 6 años, los electores claman por un cambio. Decepcionados de los políticos actuales que se los prometieron, esperan que el siguiente cumpla y sea el bueno.

López Obrador, por sus entrevistas lo conocereis

Fuente: Youtube (Grupo Imagen)

Cada vez que algunas elecciones se acercan, cierto deseo de esperanza y cambio se impregna en la psique de los electores. Esa palabreja llamada «cambio» se vuelve la insignia. Esa percepción (válida, ciertamente, en muchos casos) continua de que no están bien gobernados y que solamente una coyuntura electoral (esta ya no tan válida) podrá traer un cambio y una bocanada de aire fresco.

Si entra el nuevo todo va a cambiar, se dicen. Ciertamente, la alternancia es algo muy sano y deseable en un país que aspira a ser democrático, pero no alcanza a satisfacer las altas expectativas que gran parte del electorado se hace. Esto, aún después de las decepciones continuas con políticos, que en casos anteriores, le prometieron dicho cambio de forma reiterada.

Esta es una de las razones por las cuales López Obrador, a pesar de todo, puede presumir que lidera las encuestas. El elector ve llegar al poder a un candidato que le prometió un cambio para después darse cuenta que era lo mismo, y como si se tratara de una droga, piensa que entonces tal vez una dosis más alta sea una gran opción. Que el cambio sea lo más irruptivo posible, que no sea un cambio cosmético sino de uno de fondo. Importa, para muchos, más el cambio que la forma y la sustancia de tal cambio. Las cosas no pueden estar más mal, se dicen. 

Y es lo suficientemente irruptivo cuando la clase política intenta, de forma desesperada, frenar su ascenso. Cada vez que los partidos tradicionales (PRI y PAN sobre todo) intentan frenar a AMLO, exponiendo casos como los de Eva Cadena para convencer a los electores de que es corrupto (que vaya, ese suceso que ciertamente es reprobable, no deja de ser algo muy pequeño comparado con lo que es la regla en todos los partidos) sólo reafirman ese carácter irruptivo del tabasqueño.

Si AMLO fuera «como ellos», no tendrían siquiera la necesidad de insistir demasiado para bajarlo de las encuestas, ni siquiera tendrían una gran motivación para hacerlo. Si AMLO representara lo mismo que representan ellos, entonces a un priísta le valdría lo mismo que ganara Andrés Manuel a que ganara un panista o un perredista. Pero les importa más, porque una irrupción (termine siendo buena o mala para el país) puede poner en entredicho sus intereses. 

Al contrario de lo que piensan sus seguidores y sus opositores más férreos, ambos conceptos (que algunos consideren a AMLO una suerte de amenaza para el país, y que otros consideren a AMLO una amenaza para sus intereses propios con los cuales buscan mantener un coto de poder) pueden coexistir. De hecho, coexisten sin ningún problema. 

Si insisten tanto, dirán, es porque el «PRIAN» no quiere perder sus privilegios. Es que de verdad AMLO es alguien «que va a hacer que todas las corruptelas y los conflictos de interés se acaben». 

No es ni su pretendido carácter inmaculado ni su pretensión de ser un redentor, sino la intencionalidad de romper con el orden de las cosas que él tiene que lo hace diferente a los demás. Evidentemente, López Obrador tiene la intención (la capacidad estaría por verse y la pongo más en duda) de romper con ese orden, donde los beneficiarios de la política ya no sean los mismos. Como él diría, que ya no sean los del «PRIAN» quienes compongan las élites de la política. 

Si somos electores racionales, seríamos irresponsables al limitarnos al concepto del «cambio» como criterio para elegir a un gobernante. Tendríamos que determinar si ese cambio es bueno o malo. ¿Qué es lo que ese cambio nos ofrece a comparación de lo que tenemos ahora? ¿Qué es lo que cambiaría en términos políticos, económicos y sociales? Es decir, tendríamos que dejarnos un poco de sentimentalismos y racionalizar a las opciones que tenemos en frente.

Para muchas personas, aceptar que López Obrador no es muy diferente a los demás políticos y que tiene considerables limitaciones como político (que sea irruptivo no significa que en esencia sea diferente) sería aceptar que no existe luz alguna de esperanza para las elecciones venideras. Aceptarlo les ocasionaría un fuerte conflicto. Por eso es que basta con que represente un cambio para darle su voto, lo demás se puede relativizar o atenuar. Se aferran tanto que, al igual que López Obrador, ven un interés oscuro en quienes son críticos con el líder tabasqueño (véase Twitter). 

Hablando de las deficiencias de López Obrador, me llamaron la atención dos entrevistas que le hicieron dos periodistas diferentes. Me decían que en la primer entrevista Ciro Gómez Leyva había sido muy parcial y tal vez hasta poco profesional (ciertamente, Gómez Leyva no es alguien que se destaque por su imparcialidad y tal vez ni por su independencia periodística), que lo quiso exhibir como un tonto y que intentó hacer que resbalara una y otra vez. No eran las carencias de López Obrador, decían, sino la perversa forma en que Ciro conducía la entrevista. Otros incluso de plano ignoraron las carencias de AMLO y publicaron frases como «López Obrador humilló a Ciro, lo hizo pedazos». 

Pero lo mismo ocurrió con Jorge Ramos, un periodista más imparcial que incluso es admirado algunos que se dicen de izquierda (él es incisivo con cualquier político que se le pare enfrente). Él también exhibió las carencias del tabasqueño, y tal vez, sin tener una intención «perversa» como se dice de Ciro, Jorge lo exhibió todavía más. Lo que sacó Jorge Ramos de las entrevistas es más preocupante.

AMLO no supo articular ni argumentar sus propuestas, no supo definirse, no supo siquiera expresarse bien. Cayó en una fuerte contradicción al negarse a llamar dictador a Nicolás Maduro so pretexto de la «del derecho de la libre autodeterminación de los pueblos» pero a Trump sí lo llamó racista reiteradamente. López Obrador, ante la insistencia de Jorge Ramos, se opuso, sí, a ciertos rasgos autoritarios de Maduro, criticó la represión y los prisioneros políticos, pero luego se dijo admirador del Che Güevara (su hijo, Jesús Ernesto, tiene ese nombre por la inspiración que Jesucristo y el Che tienen en López Obrador) relativizando las masacres y los asesinatos a su nombre. Pero lo que me parece más grave es que se haya negado rotundamente a tomar una postura frente al aborto y los matrimonios de parejas del mismo sexo. Que eso lo decida el pueblo, dijo, e incluso consideró irresponsable emitir una opinión personal al respecto. 

Por cálculos políticos, López Obrador es incapaz siquiera de mostrar sus preferencias sobre diversos temas, y que los electores deberían conocer para poder hacer un mejor juicio del candidato. Se asume como transparente y directo, pero es opaco. 

Quien ha escuchado a López Obrador a través de los años, podrá darse cuenta que el discurso no ha cambiado en lo absoluto. Es el mismo discurso que el usado en el debate del 2000, en el 2006 y en las miles de entrevistas que le han hecho. La única diferencia, preocupante considero yo, es ese rasgo redentor cristiano que sólo hace acentuar su mesianismo. Que basta con que él no sea corrupto para que los demás no lo sean. Ante las preguntas que no sabe como contestar, recurre a las frases comunes, simplonas, que ha repetido una y otra vez.

Si alguien quiere darse cuenta de las carencias de AMLO no tiene que recurrir a esos absurdos y tediosos memes o videos editados donde se intenta con insistencia comparar a López Obrador con Hugo Chávez (es absurdo querer equiparar a ambas figuras sólo porque dijeron en su momento que «no nacionalizarían nada»), ni mucho menos debería recurrir a los tweets de Ricardo Alemán y demás figuras evidentemente parciales y cuya libertad periodística está condicionada por algún partido político. 

No son las supuestas coincidencias con Chávez, Maduro o Fidel Castro que muchos quieren tejer, son las peculiaridades de López Obrador las que más nos deberían de preocupar. 

Las entrevistas, en cambio, son un gran material para conocer las limitaciones de este candidato, porque lo muestran tal cual es, mediante sus propias palabras. Quienes anhelan «el cambio» deberían de analizarlas detenidamente para después determinar si López Obrador es un cambio que en realidad vale la pena y si mediante esta figura, México logrará esa transformación que cada seis años desean.

Como yo he insistido, un «cambio verdadero» sólo se va a dar cuando la ciudadanía se integre a la transición democrática y tome una responsabilidad mayor. Robert Putnam, mediante un estudio que realizó hace algunas décadas en Italia, encontró una fuerte correlación entre la cultura cívica y la calidad de los gobiernos. Eran las regiones más prósperas y mejor gobernadas aquellas donde la ciudadanía participaba de forma más activa, donde más ciudadanos eran miembros de organizaciones civiles; en tanto los que ostentaban una menor cultura cívica eran los mismos donde había más clientelismo y corrupción. Ciertamente, tendríamos que determinar porqué determinadas regiones tienen una mayor participación ciudadana y otras no, pero lo cierto es que la cultura cívica suele ser condición necesaria para tener gobiernos más horizontales y transparentes. Yo siempre he sido muy escéptico de la idea de que sólo el cambio de poder traerá un cambio drástico de las cosas si no hay una «transición ciudadana», habrá gobiernos un poco más buenos, otros un poco más malos, pero la esencia no cambia ni las estructuras de poder que ya están muy anquilosadas dentro del tejido social de nuestros país. 

Todos anhelamos con un cambio, pero el sentimentalismo no es suficiente. Tendríamos que respondernos entonces si el cambio vale la pena. Yo les di mi particular opinión, que puede no coincidir con la suya. Ustedes tendrán la respuesta.