La cultura del asistencialismo

Abr 10, 2017

No sólo es el PRI. En mayor o menor medida, todos los partidos ofrecen despensas y ayudas para ganar votos. Pero, ¿por qué lo hacen? Porque es muy rentable.

La cultura del asistencialismo

Los regalos, despensas, dádivas y las “ayudas” son una constante cuando hablamos de las elecciones del Estado de México. Es evidente que el campeón en este sentido es el PRI, pero también es evidente que los otros partidos, como el PAN y MORENA, recurren a este tipo de prácticas para ganarse al electorado.  Mientras el PRI utiliza todo el aparato del estado para ganar las elecciones a base de despensas y casas Infonavit, Josefina ofrece teléfonos inteligentes a los estudiantes, mientras que Delfina hace lo propio con la construcción de más y más universidades (porque sabemos que AMLO quiere eliminar los exámenes de admisión para garantizar la universidad a todos, aunque sea para que estudien en su malograda Universidad Autónoma de la Ciudad de México).

Bernand Manin, en su libro «The Principle of Representative Government», dice que la gente tiende a votar por los candidatos con los que tiene una mayor afinidad cultural. Los candidatos deben de tener un rasgo diferenciador que los distinga de los demás, pero éste dependerá del contexto en el que se encuentre. De tal forma que un candidato popular en una región determinada, podría no serlo en otra. Así mismo, Manin afirma que en las democracias de partidos de masas, que surgieron a finales de siglo XIX y principios del siglo XX, los individuos no votaban por el candidato por el que se sintieran representados, sino por la facción política que más representara sus valores, su cultura y su posición social. La libertad de expresión se convirtió en «libertad de oposición» como si se tratara de una libertad de expresión colectiva, donde el individuo podía oponerse a los partidos opuestos al suyo, más no podía ejercer crítica dentro de su propio partido. Así, los individuos votaban por siempre por un partido, independientemente de la integridad del candidato. El PRI comprendió más que nadie la cultura de la entidad, y a la vez la moldeó, creando un voto duro leal con su partido. Esta cultura ha ido menguando en todo el mundo, y el PRI ya no es la excepción.

Así entonces, podemos entender por qué en el Estado de México todos los candidatos prometen dádivas y despensas, porque básicamente los habitantes de esta entidad (que es algo así como el centro neurálgico del PRI) han sido acostumbrados a establecer una relación paternalista con el gobierno, el gobierno dadivoso, dador, el que te da becas, el que te da ayudas. Un candidato que no entre a esa dinámica en el Estado de México se encontraría en franca desventaja.  A pesar de que los lazos de los mexiquenses con el PRI son cada vez más endebles y el voto duro comienza a no serlo tanto, la cultura paternalista persiste, y esa relación entre el individuo y el gobierno se mantiene constante. 

El asistencialismo es una distorsión de la democracia, porque aunque se mantiene la dinámica donde el individuo es libre de elegir al candidato que considera representará mejor sus intereses, no lo hace precisamente porque crea que el candidato en cuestión represente los suyos y los de su comunidad; sino porque al votar por dicho candidato obtendría un beneficio inmediato a cambio (que no necesariamente se traduce en un beneficio a largo plazo ni para él ni mucho menos para su comunidad), a cambio de una dependencia para con el partido. Si bien, el patrimonialismo y el asistencialismo pueden ser vistos, de acuerdo a Francis Fukuyama, como una etapa de transición donde el individuo a través de favores y ayudas logra cierta movilidad social con respecto a un régimen autoritario anterior donde la movilidad social estaba cancelada (y a veces hasta prohibida), lo cierto es que México se encuentra en una etapa donde el asistencialismo ya no tiene razón de ser, donde la referencia más reciente de un estado con dichas características es Porfirio Díaz. 

Por el contrario, el asistencialismo es muy nocivo en estos tiempos porque básicamente atrofia las potencialidades del individuo que son requeridas si quiere aspirar a cierta movilidad social. En un régimen autoritario donde una camarilla concentraba toda la riqueza y oprimía al que no fuera parte de, las potencialidades y las capacidades no servían de mucho; y entonces se entendía que si el gobierno establecía una relación patrimonialista con sus gobernados, dicha relación podría considerarse un avance para el individuo con respecto de su condición anterior.

Actualmente, es esa relación asistencialista la que permite que las élites se perpetúen. Ya no hay opresión alguna del gobierno sobre aquel individuo que decida forjarse una vida; más bien, el gobierno mantiene el poder y control sobre sus gobernados al hacerlos dependientes de éste. Los potenciales comerciantes exitosos no lo son porque se acostumbraron a recibir las «ayudas» del gobierno. Adoptaron la idea de que sería más rentable adherirse a un régimen y adoptar ciertos colores (y naturalmente, votar por ellos) que hacer un enorme esfuerzo para traerles más recursos a los suyos. Así, si un partido quiere arrebatar su voto al otro, tendrá que entrar en la misma dinámica. Un gobierno que no trae despensas sino buenas intenciones será eventualmente rechazado por quienes conciben al gobierno como alguien que les da y les soluciona sus problemas.

También tiene que ver la forma en que la persona concibe el apoyo que recibe. No es lo mismo una política o programa social que se concibe como un derecho (ej, una pensión, o derecho a la salud o a la educación) que una que es resultado de una relación de dependencia. Un ciudadano de algún país escandinavo recibe muchos beneficios sociales, pero no ha adquirido dependencia alguna con el gobierno porque considera que esos beneficios son un derecho y que están financiados con los impuestos que él paga. Estas últimas buscan (no siempre con éxito) un mayor bienestar de la ciudadanía; en cambio, las políticas asistencialistas (por más que se lleguen a parecer) no buscan eso, sino generar una dependencia del ciudadano con un partido para que este gane elecciones y se perpetúe en el poder. Eso compromete, además, el diseño y el resultado de las políticas públicas que se implementan en el discurso para «ayudar a la gente».  

¿Cómo romper con la cultura del asistencialismo? La primera respuesta que viene, de forma apresurada, a la cabeza, es que hay que sacar al PRI del Estado de México. El PRI no sólo ha fomentado insistentemente esa cultura en dicha entidad (gracias al asistencialismo se mantiene en el poder), sino que ahí mantiene sus estructuras más importantes (que usa inclusive para elecciones de otros estados). Pero es una respuesta apresurada porque entonces habríamos de preguntarnos si el partido que ocupará su lugar o no, mantendrá la misma dinámica, a sabiendas de que crear una relación entre gobierno y pueblo donde el primero ya no se incluyan dádivas, despensas y ayudas podría ser contraproducente para poder mantenerse en el poder. 

¿Cómo decirle a una persona de escasos recursos que no le conviene seguir recibiendo las despensas y las ayudas económicas? Para responder esa pregunta no sólo es condición necesaria la iniciativa, talento y esfuerzo del individuo, sino también crear un entorno más favorable, donde el individuo tenga más posibilidades de desarrollo; aunque a la vez, una sociedad que no depende del asistencialismo tendrá más posibilidades de aspirar a un mayor desarrollo (no sólo económico sino político) que una dependiente. Entonces ¿desde dónde rompemos este círculo vicioso que tiene implicaciones inclusive culturales?

Es una respuesta muy compleja de contestar, pero dentro de esta complejidad hay una variable que es evidente, sobre todo por su ausencia: la voluntad de hacerlo. Necesitamos a quienes estén dispuestos a tomar riesgos y hacer sacrificios políticos para romper ese círculo vicioso. Pero así también necesitamos de la participación ciudadana, de quienes desde afuera del gobierno impulsen un cambio de paradigma. Es una tarea muy difícil, más no imposible, en tanto la historia nos puede ilustrar con varios casos de éxito donde muchos países lograron superar esa condición, un claro ejemplo es Estados Unidos.  

Lo cierto es que esa es una cultura que debemos de romper, dado que es una de las tantas razones por las que Méxio no logra desarrollarse como todos quisiéramos.