Alt-Right y la supremacía blanca hipster

Mar 3, 2017

Parecen más intelectuales que fascistas. Pero dentro de las palabras rebuscadas se encuentran discursos de supremacía intolerantes típicas del fascismo.

Foto: Atlanta Black Star

La inteligencia y la cultura están muy íntimamente relacionadas, tanto que algunas confunden una cosa con la otra. La realidad es que ambas son dos cosas completamente distintas y se les suele confundir porque a mayor inteligencia, el individuo tendrá más posibilidades ser más culto. Una persona inteligente puede darse el lujo de no ser culta en tanto aquella persona con un nivel intelectual abajo del promedio difícilmente podrá serlo.

Y se entiende porque una mente inteligente tendrá mayor capacidad de absorber y procesar el conocimiento que recibe.  

Pero ¿En qué difieren ambos conceptos?

Primero, la inteligencia tiene que ver con la capacidad cognitiva de nuestro cerebro -primero atribuida a la racional, y después a varios otros tipos de inteligencia como los propuestos por Howard Gardner-. 

Segundo, la cultura tiene que ver con la cantidad del conocimiento que un individuo posee, y también se dice que tiene que ver con la capacidad y la disposición de procesar dicho conocimiento. Naturalmente la inteligencia es una herramienta casi indispensable para hacer ese ejercicio.

Pero ni la inteligencia ni la cantidad de conocimiento que el individuo posee son una garantía ni un cheque al portador. Ciertamente una persona que devora libros está más inclinada a tener una perspectiva más amplia de las cosas. Pero como afirma Jonathan Haidt, una persona puede utilizar su inteligencia e incluso puede echar mano del conocimiento para reafirmar su dogma y su necedad.

Considero que faltan dos variables en la ecuación de aquel hombre culto que a través del conocimiento obtiene una perspectiva muy amplia de la vida: la curiosidad y la capacidad de autocrítica. 

Muchas de las personas que defienden posturas dogmáticas y hasta enfermizas (que incluyen racismo o discriminación) son inteligentes y no les sobra conocimiento. Han leído a Aristóteles, han estudiado a la escuela de Frankfurt, algunos admiran a Nietzsche y pueden explicar muy bien qué es el imperativo categórico de Immanuel Kant. Posiblemente sepan algo de metafísica, entiendan qué es potencia y acto, o utilicen el dualismo de Descartes para construir un argumento.

¿Entonces qué es lo que pasa?

Muchos de ellos no echan mano del conocimiento para abrir sus mentes ni para ser más empáticos, sino para reforzar su dogma. No es como que el conocimiento los haya llevado allá, sino que estuvieron ahí desde un principio y echaron mano de dicho conocimiento, extrajeron de éste los argumentos que más les convenía.

Ellos ya están predispuestos, ya saben de antemano qué es lo que van a tomar y van a rechazar. 

Si bien, muchas personas de cualquier postura ideológica llegan a recurrir alguna vez a este tipo de «trampas» para formular sus argumentos, quienes se encuentran en los extremos ideológicos hacen de este juego la regla. 

Un caso ejemplar es el de los integrantes del movimiento ultraderechista Alt-Right, que tienen muchas afinidades con Donald Trump, y sobre todo, con Steve Bannon, el cerebro del gobierno de Estados Unidos. 

En su página oficial publicaron un artículo llamado Democracy Isn’t Working -La democracia no está funcionando-. Cuando se lee el artículo por encimita -eso que los anglosajones llaman skimming- uno encontrará algunos lugares comunes y argumentos que podrían sonar familiares como: -la democracia no ha venido funcionando bien, o que el votante es irracional, echan mano de filósofos como Aristóteles e incluso se atreven a citar al propio Jonathan Haidt -opositor a Trump y quien busca lo opuesto con sus obras: fomentar la tolerancia entre liberales y conservadores- para formular sus argumentos. 

Un ingenuo podrá quedarse seducido por ese aroma intelectual y que a simple vista podría pasar como moderado. Ese es el arte de Alt-Right y algunos movimientos supremacistas de Estados Unidos. En lugar de ser fuertemente confrontativos y políticamente incorrectos como uno podría entender a un movimiento fascista, esconden argumentos e ideas nocivas dentro de este aire intelectualoide.

Pero basta analizar bien el texto para entender las trampas a las que recurren. Citan a Aristóteles, quien decía que las democracias podían derivar en una tiranía -cosa que no sólo es falsa como lo hemos visto con el caso de Donald Trump, sino que gracias a este fenómeno, Alt-Right ha encontrado más foros para alzar su voz-. Hacen énfasis en los defectos que mencionan -que no son del todo falsos- para crear un argumento falaz: «la democracia es el peor de todos los sistemas».

Lo que hace a la democracia el sistema más peligroso es que no hay meritocracia en ella. La gente tiene poder de decisión con solamente haber cumplido 18 años y no haber muerto al cumplir esa edad. 

Ciertamente, en muchos casos los votantes son irracionales y toman decisiones equivocadas. La contradicción viene cuando estos individuos proponen que el soberano resida en una monarquía -el gobierno de un rey- o en una aristocracia -el gobierno de unos pocos-.

Al menos, si un rey se corrompe, puedes matar a su niño -el heredero-, los aristócratas al menos pueden poner a otros en jaque, pero la democracia es el cáncer de la corrupción política. 

La democracia por sí sola no es meritocrática. Pero tampoco lo son la monarquía ni la aristocracia. En la monarquía quien gobierna lo hace por herencia y no por méritos. La aristocracia no necesariamente se conforma con base en el concepto que de ella tiene Platón, donde ésta se conformaría como una meritocracia, menos cuando seguramente,  de acuerdo al ideario de Alt-Right, serían hombres de raza blanca y no aquellos quienes son más talentosos. 

La democracia no se entiende sólo, como la concibe Alt-Right, como un sistema donde la gente vota, sino que ésta incluye o al menos trata de incluir las condiciones para que la gente logre agruparse e incidir en los asuntos públicos. Gracias a la democracia, a través de organizaciones civiles o think tanks, el pueblo puede crear unidades de conocimiento para tener incidencia dentro del gobierno -gobernanza-. La democracia también incluye derechos humanos y libertad de expresión. En una monarquía, el pueblo debería tener la suerte de que su rey sea lo suficiente benévolo para que garantice ciertas libertades -lo cual no ocurre en la mayoría de los casos-.

En la crítica que Alt-Right hace, delinea de forma muy sutil su supremacía racial:

El promedio de cociente intelectual (IQ) entre los blancos y europeos es de 100. Sin embargo, tenemos una mayor representación entre los talentosos e inteligentes que los asiáticos, cuyo IQ es un poco mayor. Suena bien, pero ¿cuál es el problema? El sector de la sociedad que tiene un IQ más alto de 120 y que puede juntar e inferir su propia información.

Luego hablan de trampas o sesgos cognitivos para apelar a la irracionalidad del votante -que provoca la corrupción en la democracia- como si ellos fueran incapaces de caer en esas trampas. Hablan de aquel sesgo cognitivo –el efecto de Dunning-Kruger– donde un individuo tiene la percepción de ser más inteligente de lo que en realidad es. Y citan a Haidt -quien decíamos es opositor de Trump y de estos movimientos supremacistas- y su analogía del elefante y el jinete; en la cual explica que las intuiciones -elefante- viene primero, y la racionalización -jinete- viene después y está condicionada por el propio elefante:

Y si habíamos hablado de que quienes forman parte de estos movimientos supremacistas ya lo eran antes de adquirir conocimiento, entonces podemos entender que caen en el mismo juego del que acusan a los demócratas, a los liberales y a los conservadores «tibios». La supremacía racial «irracional» entonces está representada por el elefante, mientras que su búsqueda del conocimiento «el jinete» tiene una gran dependencia con dicho elefante quien le dice cómo interpretar el conocimiento que el sujeto recibe. 

Analizando el artículo, uno se puede dar cuenta que a pesar de las referencias filosóficas, psicológicas o antropológicas, terminan formando una nada. Porque los autores forzan dichas referencias para que encajen a fuerzas en el argumento. 

Pero como forma de propaganda tiene sentido. El incauto verá en el artículo un texto intelectual y no un desplante fascista. Se dejará llevar por la «pomposidad» y la grandilocuencia del texto que parece no tener muchas agresiones ni confrontaciones. Pero los argumentos, la supremacía racial, la tentación por el autoritarismo, ahí están impresas, con palabras más bonitas y rebuscadas. 

Basta «hojear» algunos artículos contenidos en su plataforma para ver que ese recurso es una constante.

Todos sabemos que hemos entrado a un punto de quiebre, que la democracia necesita replantearse, que la representatividad está en crisis, y que ésto ha creado un caldo de cultivo para el surgimiento de movimientos ultraderechistas y radicales de izquierda. Pero esta crisis debe solucionarse desde dentro de la democracia y no fuera de ella. La deliberación, la autocrítica y el debate de las ideas son los que deben de sanar y reconstruir la plataforma que ha quedado desgastada, no el dogma y la intolerancia de quienes, paradójicamente, gracias a la democracia, tienen una voz para esparcir ideas nocivas.