Trump, y el imperio estadounidense que llega a su fin

Nov 12, 2016

Estados Unidos ha perdido legitimidad y respeto en el mundo. Ya no son más los "héroes de la democracia" sino un mal chiste de lo que llegaron a ser.

Trump, y el imperio estadounidense que llega a su fin

Andrew Moore / The New York Times

La historia es cíclica, no es permanente. Dentro de ésta siempre existe una potencia hegemónica -se puede sumar alguna otra contraria como lo fue la URSS- que ejerce influencia sobre gran parte del territorio mundial, pero su condición de potencia no es algo que dure para siempre. El Reino Unido, con su ímpetu colonizador, fue una potencia que mantuvo su condición hasta entrado el siglo XX, para luego ceder progresivamente su estafeta a Estados Unidos. La pérdida de esta condición no se debió necesariamente a un proceso de decadencia como sucedió con Roma y como sí parece estar sucediendo actualmente con el país norteamericano. De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial cuando los estadounidenses consolidaron su poder, el Reino Unido había salido victorioso en el conflicto mundial de la mano de Winston Churchill. Con el paso del tiempo, a pesar de no tener la influencia de antaño, e incluso a pesar del Brexit, la nación británica y su cultura mantiene cierta influencia en el concierto de las naciones.

Una de las características de las potencias económicas es la capacidad que tienen para ejercer influencia en las culturas de los demás países. Ese soft power o poder blando, con el cual un país puede incidir en otro por medio de la cultura o la ideología, ha sido crucial para que Estados Unidos se mantenga como potencia hegemónica.

No es que Estados Unidos esté en riesgo de perder ese poder blando, es que éste ya se ha empezado a deteriorar desde hace varios años. Antes, por medio de su cultura, Estados Unidos podía mostrarse como el salvador del mundo, como aquellos que defienden los valores democráticos a capa y espada contra las tiranías -siempre y cuando no fuera aliada-. El discurso funcionaba. Así, Estados Unidos podía tener cierta injerencia en otros países, y el discurso de los «mensajeros de la democracia» les daba legitimidad para cometer actos, en algunos casos, atroces.

El capitalismo y la democracia, con la ayuda de una cultura relativamente simple -y por tanto fácil de aprender-, así como un idioma inglés fácil de aprende en comparación con otros idioma, sirvieron para tal propósito. Pero el capitalismo estadounidense ya no funciona tan bien (ni siquiera dentro de su país) y la democracia está en un riesgo serio.

Considero que fue entrado el siglo XXI cuando Estados Unidos comenzó a perder no sólo capacidad de influencia, sino respeto. Después de la decisión del gobierno de George W Bush de invadir Irak para destruir unas armas de destrucción masiva, Estados Unidos se convirtió en el hazmerreír. Hollywood dejó de crear filmes donde el Presidente de Estados Unidos salvaba al mundo, y en cambio aparecieron muchas películas y documentales exhibiendo las carencias de su gobierno y de su pueblo. El orgullo estadounidense estaba quedando en entredicho.

Parecía que con Barack Obama Estados Unidos respiraba y volvería a recuperar algo de legitimidad, pero el daño ya estaba hecho, y con un congreso dividido y una polarización creciente, el margen de maniobra era muy estrecho. Ante una economía que parecía no recuperarse del todo, una clase media empequeñecida, y los monstruos de la cultura estadounidense como el racismo y el nativismo, erigieron a Donald Trump como su presidente.

Reuters / Jason Reed

Trump llega con carro completo. Parte de la decadencia del gobierno estadounidense se debía a esa parálisis provocada por la división en las cámaras que no les permitía tomar decisiones. Esa condición se rompió, pero quien liderará el país será un magnate populista con tendencias fascistas muy bien marcadas. Y un tirano con «carro completo» es un peligro. Las instituciones estadounidenses serán sometidas a una dura prueba.

Regresando al poder blando. Si Trump asume la presidencia como condujo su campaña -el escenario más probable-, lejos estará de ser un presidente que cree en la «libertad» y los «valore democráticos». Un régimen tendiente al autoritarismo y proteccionista como el que parece prometer terminará de romper de una vez por todas ese concepto de país «libre y democrático». El discurso, ese que dio poder a Estados Unidos, y que le dio legitimidad para llevar a cabo actos que en cualquier otro escenario hubieran sido considerado reprobables pero que abonaron a su condición hegemónica, habrá terminado de destruirse.

Estados Unidos quedará aislado, no solo por el muro, sino por un falso proteccionismo donde sus empresas son alentadas por medio de la coacción a no tercerizar sus operaciones en el extranjero y regresar los empleos a Estados Unidos. Quedará aislado por sus altos aranceles, por su intolerancia -en mayor o menor medida, al priorizar el concepto del hombre blanco-, y por su poca apertura. Es decir, entrará en una profunda contradicción con sus ideales y con los valores que intentó transmitir cuando, como potencia hegemónica, ejerció una fuerte influencia sobre el mundo.

No es que Trump -a menos que nos sorprenda gratamente a todos, cosa que veo improbable- sea el responsable de conducir a Estados Unidos a un futuro decadente, más bien Donald Trump es consecuencia del deterioro tanto económico como cultural de Estados Unidos. La cultura estadounidense es simple, no requiere complicaciones ni mucho menos un lenguaje rebuscado. Para absorber su cultura «consumista pop» no requiere de capacidad intelectual alguna. Cualquier persona con escasa educación puede disfrutar de los reality show, de los Jackass, o de las Kardashian. Un pueblo al que no se le requiere intelectualizar ni expandir sus horizontes más allá de su nación -amen de su gran capacidad para ubicar países en un mapa-, al cual se le dijo que bastaba trabajar y esforzarse mucho para avanzar, premisa que en la actualidad ya no es cierta. Los pocos educados (mayoría) y susceptibles ven casi imposible la posibilidad llegar a ser parte de esa minoría educada y selecta que forma parte de las élites económicas, académicas y empresariales. Esa minoría, cuya mayoría repudió a Trump, pero despreció y subestimó a esas «mayorías enojadas».

Donald Trump es consecuencia de esa cultura tan simple para poder ejercer influencia en otros países pero tan chatarra como para poder quebrarse por sí misma. Él se presentó como un showman esquizofrénico de la televisión, no importaba que los medios no lo apoyaran, tan sólo necesitaba que le dieran cobertura. El producto vendió tanto que ganó, rompió esquemas y pronósticos.

Bienvenido al ocaso de Estados Unidos, un país que en las próximas décadas podría dejar de ser considerada como la potencia hegemónica en turno. Posiblemente uno de los pocos legados que queden es su idioma, el inglés es lo suficientemente práctico (sobre todo si lo comparamos con el Chino mandarín) que posiblemente no necesite de Estados Unidos para consolidarse como idioma universal.

Bienvenidos.