¿Por qué, a pesar de todo, depositamos nuestra fe en un político?

Feb 5, 2016

Si tratamos de hacer una lista de los políticos destacables del pasado a la fecha, nos encontraremos con que, de acuerdo a nuestro juicio, son muy pocos: que de esos pocos la mayoría pertenecen al partido político con el que simpatizamos o simpatizábamos (la probabilidad de sesgo es alta). Si a alguna persona de a pie le preguntas que alcalde-gobernador-presidente ha levantado a su ciudad-estado-nación, posiblemente se quede callado. Incluso puede que te mencione algún político que generó mucha expectativa pero que jamás llegó a gobernar (ejemplo, Colosio).

¿Por qué, a pesar de todo, depositamos nuestra fe en un político?

Pero a pesar de esto, cuando vienen nuevas elecciones, muchos optan por depositar su esperanza en alguien. El perfil de ese depositario gana adeptos no tanto por medio de sus resultados, sino por el de su discurso basado en la esperanza, en la confrontación contra un Gobierno sin legitimidad, o contra una situación en particular. También lo hace por las propuestas que ese depositario presenta, porque vamos, proponer es algo sencillo, hacer diagnósticos es muy fácil, lo difícil es llegar e implementarlos.

Contrario a lo que piensan muchas personas, gobernar no es fácil. Es cierto que dentro de la política hay mucha corrupción, y en algunos ocasiones el que manda es parte del problema, pero éste, sea honesto o no, se tiene que enfrentar a muchas cosas y debe jugar con muchas piezas para poder implementar, hasta donde quepa, su estrategia de Gobierno. El poder de quien está al frente de una nación o una porción de él es mucho más limitado de lo que muchos creen (varios años de régimen autoritario nos acostumbraron a una figura ya casi inexistente, de quien gobierna y hace de acuerdo a lo que cree conveniente).

El político del discurso esperanzador se sienta en su silla y se da cuenta (en caso de que haya sido lo suficientemente ingenuo como para pensar que toda su lista de buenas intenciones se puede implementar al pie de la letra) que tendrá que negociar, que tendrá que dejar del lado algunas «promesas» para poder conservar otras, se dará cuenta que lo que gobierna es algo tan complejo que es imposible solucionarlo con una receta. No es tan difícil encontrar políticos «bienintencionados» que al final, abandonaron su puesto en medio de un mar de críticas.

Y si bien, mantener con firmeza los ideales es una cualidad esperada en un político, éste también tiene que aprender a ser pragmático. El pragmatismo no es atractivo para el electorado (a veces por el contrario) y por tanto, no es algo que se pueda «vender» en una campaña, pero es un rasgo que todo político debe de tener.

Una figura como Bernie Sanders puede ser muy atractiva cuando se trata de enfrentar a las engorrosas multinacionales y el 1% más rico, por eso su popularidad aumenta hasta amenazar a Hillary Clinton, pero en la silla presidencial necesitará mucho más que eso para satisfacer las promesas hechas a sus seguidores. Sobre todo, cuando se trata de un país democrático, o al menos un país que intenta conformar una democracia, tendrá que llegar a acuerdos, tratar de persuadir a otros actores de la política, acordar con algunos grupos de interés para poder confrontar a otros. Es decir, necesitará mucha cabeza, y mucho de ese no tan querido pragmatismo para poder llegar a gobernar bien.

Democratic presidential candidates Hillary Clinton and Bernie Sanders started the MSNBC debate in Durham, N.H. sparring over foreign policy and campaign finance reform, but ended the night on a friendly note.

Posted by Washington Post on Thursday, February 4, 2016

Pero a pesar de esto, la mayoría del electorado asume que «el nuevo» lo podrá con todo, que dará un giro radical a la ciudad-estado-nación que pretende gobernar (cuando la experiencia nos dice que los cambios son más bien progresivos, producto de una continua práctica de políticas públicas acertadas), y que meterá a todos los corruptos a la cárcel. Pero a pesar de que «el nuevo» realmente tenga la intención de hacerlo, en realidad no podrá hacerlo todo. Posiblemente los «esperanzados» tengan que involucrarse más para generar los cambios que desean y no solamente ser meros espectadores.

Generalmente cuando llegan las elecciones, llega el momento de la esperanza, tal como si no hubiera alguna otra época en donde las cosas pudieran cambiar. Pero son pocos los momentos en los que transcurre el tiempo para llegar a la conclusión de que aquel político que tanto nos emocionó con sus discursos, terminó alzándose como aquel quien marcó un antes y un después. En realidad pasan dos cosas, que dicha figura «se quedó un tanto corta» en relación a nuestras exageradas expectativas, a veces producto de una vasta lista de promesas, o bien de una exagerada idealización. Pudo ocurrir que éste terminó siendo como cualquier otro político o aún peor; o bien, que no tuvo la disposición de enfrentarse a toda esa maraña de intereses considerada como el enemigo a vencer en la campaña (pregúntenle a Vicente Fox).

Es curioso que depositemos todavía nuestra fe en un político (basta con que sea de oposición, o ahora, un candidato independiente), cuando la evidencia empírica parece no invitarnos mucho a hacerlo. Pero a la vez no es difícil entender este tipo de fenómenos. La gente necesita alguna luz de esperanza ante la generalizada concepción de que no están siendo bien gobernados. Aunque también es cierto que a veces no parecen darse cuenta de que pueden jugar un rol más activo dentro de la sociedad, más allá de lo que esa figura que los entusiasmó, pueda hacer.