Mañana es pinche lunes.
El fin de semana ha llegado a su conclusión. Los 4 jinetes del apocalipsis sonarán en forma de alarma que emitirá un estridente sonido una y otra vez hasta que terminemos de estar conscientes de que estamos despiertos, y por lo tanto debemos de empezar con nuestras actividades.
Tengo que organizarme, volver a recordar aquello que olvidé el fin de semana (necesitaba relajarme) organizar mis ideas, los pendientes, muchos pendientes; recordar que tengo mucho trabajo y poco dinero porque uno de mis clientes se ha retrasado algunos meses con los pagos y tengo que «ir a pelearme», viene la boda de mi hermana y tengo muchos gastos, entonces la liquidez no abunda (a nadie le agrada sentir que no tiene dinero).
Se acabó un fin de semana donde hice ejercicio, leí un libro muy interesante llamado «El Fin del Poder» de Moises Naim, fui a celebrar el cumpleaños de mi sobrino, y claro, descansé. Ahora toca buscar a los clientes, ver con ellos los avances de los proyectos. Apurar dichos proyectos porque como no tengo liquidez, espero recibir la liquidación de estos en cuanto antes.
Pero a pesar de todo esto, el lunes para mí no es el fin del mundo. Por el contrario, es una oportunidad.
Cuando no te gusta lo que haces, el lunes por consiguiente se vuelve más pesado, una carga: Tengo que… tengo que… Los días hábiles y el fin de semana conforman una dicotomía de «dolor – placer». Cuando sucede eso, es que algo está mal.
Hace unas décadas o siglos, la gran mayoría de la gente tenía que trabajar para sobrevivir, tenía que ir a la fábrica o debía ocupar puestos burocráticos a realizar labores rutinarias propias de la era industrial jerárquica y vertical idealizada por Max Weber. Bueno, técnicamente en el mundo todavía son mayoría quienes trabajan para sobrevivir. Pero nosotros somos parte de una clase media con la suficiente capacidad de construir un proyecto de vida, de tal forma que nuestro trabajo no debería de ser una cuestión de supervivencia sino de superación personal y autorrealización.
Claro, no es un parque de diversiones, el estrés está ahí, los clientes, los trabajos que tengo que entregar, mi futuro, la agencia que tuve que posponer por un tiempo o si quiero estudiar una maestría y todavía no sé de que. Pero cuando tu trabajo forma parte de un proyecto de vida, los lunes no pesan tanto. La semana ya no es una dicotomía de «dolor – placer», sino de «esfuerzo – reposo». Es decir, uno utiliza la mayor parte de las energías entre semana y en el fin se busca descansar el cuerpo y mente por medio de actividades lúdicas que no requieren tanto esfuerzo físico e intelectual.
Entonces, si te encabronan los lunes, pregúntate si el trabajo donde estás de verdad te llena, si forma parte de tu proyecto de vida. Y si no es así, posiblemente requieras un cambio. Tu encabronamiento con los lunes es directamente proporcional a la satisfacción que tienes con tu trabajo. ¡Recuérdalo!