La sutil pero notoria diferencia entre Obama y Peña Nieto

Ago 18, 2015

Obama puede cantar «Grace», puede hacer chistes de sí mismo en la Correspondents Dinner, puede aparecer en programas de comedia donde se mofan de su persona y no sólo no pasa nada, sino que esta informalidad le ayuda a reafirmar su liderazgo. Obama puede estar con Jimmy Page y ver un espectacular cover de «Stairway to Heaven» al tiempo que le rinde tributo a esa banda Led Zeppelin que marcó a muchos de su generación, y a muchos que no estamos tan grandes. El líder Obama se presenta como humano ante una sociedad lo suficientemente moderna como para no creer en tlatoanis. Obama está en su mejor momento, su Presidencia había dado tumbos y no había terminado de levantar en la mitad de su gobierno y un poco más (contando los 8 años). Contrario a lo que pudiera parecer, más que vulgarizar a la silla presidencial, Obama reafirma su posición.

La sutil pero notoria diferencia entre Obama y Peña Nieto

No es que todos quieran a Obama (posee 50% de aprobación), pero Obama sabe ponerse en los zapatos del estadounidense común, sabe crear una sensación de cercanía entre el pueblo y el Presidente, y varios líderes lo respaldan: cantantes, artistas. Muchos podrán no concordar con él y lo desaprueban pero el mandatario no deja de generar respeto. Obama lo respalda con hechos, la recuperación de la economía estadounidense, la recuperación del dólar (que tan infelices nos hace a los mexicanos) y la reanudación de relaciones con Cuba lo pone en un gran momento después de que pareciera que se convertiría en una decepción, en un Fox estadounidense.

En tanto Obama bromea sobre sí mismo y se expone al público, Peña Nieto hace todo lo contrario. Para evitar una rechifla histórica, Peña Nieto no inaugura el estadio BBVA en Monterrey, asiste un día antes, sólo, sin público, las butacas vacías representando el casi nulo apoyo que tiene por parte de la sociedad. La estratega de redes sociales seguramente le recomendó usar el «Periscope» antes de correr 10 kilómetros para «subirse» a la nueva moda. El resultado es algo penoso, incluso se le percibe algo ensayado y muy poco natural. Habla sobre la carrera y saluda gente, pero nada más, se nota que Peña está solo.

Peña Nieto se ha alejado de la sociedad no sólo por sus malos resultados, sino por su naturaleza y la naturaleza de su gobierno, quienes están acostumbrados solamente a desempeñarse en escenarios controlados, donde no reciben críticas y solamente aplausos a modo. Una activista hispana transexual le recriminó a Obama por las deportaciones de forma agresiva y la invitó a salir de la Casa Blanca de una forma amable:

Escuche, usted está en mi casa, no es respetuoso.  No va a tener una buena respuesta interrumpiéndome de esa manera.

Peña Nieto calla o evade las pocas críticas ante las que se expone. No contesta y los güaruras hacen el trabajo sucio, huye, se esconde en el baño, manda a su esposa para que «aclare» el caso de la Casa Blanca al tiempo que crea teorías de la conspiración. Si un grupo de artistas y escritores como Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Denise Dresser le escribe una carta para que tome cartas en el asunto sobre la persecución a los reporteros, él no contesta y envía a un funcionario de segundo nivel (Roberto Campa Cifrián, ex candidato del PANAL en 2006 y ahora encargado del área de RRHH de la Segob) a que conteste.

El Presidente se ha autocensurado, no hay vasos comunicantes entre él y la sociedad. Peña la ignora y la sociedad no lo respeta. Su Presidencia está condenada debido a su nula incapacidad para dar un golpe de timón y de cambiar las formas a las que está acostumbrado. Mientras Obama se puede reír de un chiste que hacen sobre él, el equipo de Peña Nieto los ignora, se enoja, o llama a control de daños. Esa es la gran diferencia entre un Presidente cercano y un «no» Presidente, que representa a la sociedad en el papel pero no en la práctica.

Imagen: El Universal