Cuando las víctimas se convierten en héroes

Ene 12, 2015

Empiezo este artículo retomando el tema de Charlie Hebdo y la manifestación en Francia, posiblemente en este caso veré las cosas un poco «del otro lado de la moneda», lo cual de ninguna manera significa contradicción alguna con lo que expliqué en mi artículo pasado y es que el atentado de ninguna manera se justifica, y también es erróneo relativizarlo aduciendo que satirizaban y se burlaban fuertemente de religiones e ideologías. Por el contrario, se me hace plausible que un millón y medio de franceses hayan salido a la calle para manifestarse en contra de la masacre perpetrada por parte de extremistas musulmanes contra este medio.

Cuando las víctimas se convierten en héroes

Lo que me llama la atención, y que he visto repetidas veces en diferentes latitudes de éste planeta, es la deificación de las víctimas como si se trataran de héroes cuando no lo son. Incluso empezamos a contar su historia de vida con un sesgo (posiblemente inconsciente) donde detalles que en otros casos parecerían normales, parecerían incluso sobrenaturales. No importa si se trata de un estudiante de Ayotzinapa o de un cartonista de Charlie Hebdo. Sus biografías no distan mucho de las personas comunes y corrientes, pero habrá quien ensalse los logros y relativice los errores (o incluso los mitifique) para convertirlos en héroes.

Y sólo son víctimas…

Toco el caso de Ayotzinapa, un caso que hasta la fecha nos duele a los mexicanos y no tiene por qué dejar de dolernos. Se trataban de estudiantes de escasos recursos que veían en la normal, una oportunidad para escalar de posición social (o si quieren, ayudar a sus cercanos para que lo hicieran también). Dentro de la normal, les inculcaron ideología marxista que rayaba en el estalinismo, y aparte de estudiar, bloqueaban carreteras y tomaban camiones, en aras de defender, lo que a juicio de sus creencias dogmáticas, era lo correcto. Un escenario así no puede definir si los normalistas eran buenas personas (que seguramente los hay) o malas (que puede haber); menos se puede tratar de un gesto heroico. Tal vez para el dogma sí lo sean, pero no creo que la mayoría de los mexicanos comulguen con el estalinismo o el maoísmo, es más, ni siquiera creo que en Morena o en el PT (donde lamentaron la muerte del camarada Kim Jung Il), la mayoría simpatice con esas corrientes.

Y entonces, descubrimos que sólo eran víctimas. Nos duelen, nos ponemos en sus zapatos, pero sólo son víctimas.

Luego vayamos al caso de Charlie Hebdo. Si uno analiza las biografías de quienes fallecieron, podemos ver trayectorias interesantes, gente estudiada, gente talentosa, pero al menos yo no encuentro un atisbo de heroísmo. Con todo respeto, hacer cartones satíricos para burlarse de religiones o corrientes ideológicas (lo cual incluso se me hace burdo)  no es un acto de heroísmo. Algunos pueden aducir que con sus caricaturas fomentaban la libre expresión (algunos otros verán en ello un insulto a sus creencias), pero lo que hacían no era algo precisamente heroico. No salvaron a nadie, no aportaron algo significativo a la humanidad, fueron víctimas de una barbarie, pero fueron eso, víctimas.

Quiero recalcar esto porque la mitificación puede anular nuestra capacidad de reflexión. La mitificación hace que no podamos poner las cosas en su lugar y por lo tanto no podamos hacer una sana crítica (y autocrítica). El que los normalistas hayan sido cruelmente ultimados no deja del lado que los métodos para defender sus intereses (sean legítimos o no) eran incorrectos y perjudicaban a terceras personas. El que los cartonistas hayan sido masacrado no debe de dejar de lado el debate de qué tanto puede contribuir a la libertad de expresión o bien al resentimiento contra otras corrientes ideológicas por medio de la mofa (porque la empatía y la prudencia hacia quien piensa diferente también es importante), las ilustraciones que ellos publicaban. Si bien es imprudente e incorrecto relativizar la masacre por medio de este debate, tampoco significa que se debe de dejar fuera.

Un artículo publicado en El País y llamado «Yo no soy Charlie» (hay otros varios con ese título que distan de ser buenos) nos habla de la hipocresía que percibe debido a que muchos piden un nivel de tolerancia que no están dispuestos a dar. Gente que no estaría de acuerdo con que el Papa pronuncie un discurso en su universidad por su conservadurismo, En Estados Unidos, pone como ejemplo, la Universidad de Illinois despidió a un catedrático por explicar la postura de la Iglesia Católica respecto a la homosexualidad y la Universidad de Kansas expulsó a un catedrático por arremeter en Twitter contra la NRA (Asociación Nacional del Rifle). La libertad de expresión debería ser libre y parejo para todos, y no sólo para los que nos guste escuchar.

Un cartonista ultimado por dibujar no es un héroe en tanto no haya hecho una diferencia significativa para con quienes le rodean o con la humanidad y no se le puede considerar un héroe solamente por dibujar cartones irreverentes. Un normalista que bloqueó una carretera no lo es por el hecho de defender sus intereses con una capucha. Un empresario secuestrado no se convierte en héroe por tan sólo haber generado empleos. Para ser héroe, el individuo debe de marcar una diferencia para con el individuo común, una diferencia, que en base al sacrificio o al riesgo (incluso de su vida) logre aportar algo significativo a la sociedad.

La mitificación puede cancelar todos estos necesarios debates. Puedo arroparme con el Je Suis Charlie, o con el #TodosSomosAyotzinapa, sin que eso signifique desconocer las imperfecciones de las víctimas (porque al final son humanos). Podemos lamentar a las víctimas, podemos abrazar a quien sobrevivió (como lo hizo François Hollande), pero no hay que caer en el error de mitificar, sobre todo recordando, en nuestro caso, que nuestra historia está lo suficientemente llena de mitos como para llegar a la conclusión de que fue completamente distorsionada de la realidad.