El dolor ¡ay no!

Oct 7, 2013

Navegando por Youtube, me encuentro con un video de una conferencia de ese tal Guillermo Dellamary titulado «Soy bueno ¿Por qué sufro?». En realidad vi casi nada de ese video, y lo terminé a los dos minutos donde hablaba sobre un libro de Juan Pablo II sobre el sufrimiento. El título de la conferencia me dejó pensando (que esto no es una crítica a una conferencia que omití ver, pero el dar una conferencia con ese título me deja ver que mucha gente vive en una falacia), porque para empezar. ¿Quién rayos ha dicho que la gente buena no debe de sufrir? Creo que lo he explicado varias veces en este blog, sobre como la bondad per sé, no va a traer la felicidad, y que quienes esperan sentados a que les caiga todo del cielo porque son bonachones, en realidad no son tan buenos porque usan esa pretendida bondad como ventaja y no como convicción.

El dolor ¡ay no!

Si la bondad evitara el dolor, entonces la gente no tendría que esforzarse para salir adelante, se portaría bien esperando que todo se de por añadidura, eso naturalmente provocaría la extinción de la especie humana. Con eso lo explico todo. Pero voy más a fondo ¿El dolor es malo?

Creo que en este mundo postmoderno nos han enseñado a evitar el dolor. Tenemos que sufrir lo menos posible y obtener más placeres. El problema es que a veces el  dolor es parte esencial de la vida y si existe, es porque es parte de un proceso evolutivo. El dolor es parte de un necesario desarrollo del ser humano, y lo paradójico es que cuando se trata de evitar, puede aparecer con más fuerza en el largo plazo.

El ser humano no puede vivir en una zona de confort, y su vida debe de tener varios cambios constantes para lograr la autorrealización. Un ejemplo mundano, estoy gordo, necesito bajar de peso, para lo cual tengo que hacer una dieta y ejercicio. El dejar de comer todo lo que me gustaba comer implica cierto dolor, acostumbrarme a hacer ejercicio, disciplinarme para todas las mañanas despertarme antes de las siete, implica dolor también. Dolor que me va a traer a largo plazo más placer. Posiblemente me vea mejor, me sienta más ligero, y mi salud tendrá menos riesgos.

Igualmente existen momentos de la vida difíciles, pero que forjan el carácter de una persona (lo que no te mata, te hace más fuerte). ¿Qué pasa cuando en su familia se le da «todo» a un hijo? Simplemente crece y se vuelve un bueno para nada. La frustración de alguna manera es el motor de la raza humana. Muchos de los inventos que ha realizado el ser humano, han tenido la intención de reducir una frustración personal o colectiva. Sin esa ansiedad necesaria, un científico tal vez no hubiera desarrollado algún invento dentro del cual todos nos beneficiamos. Sin esa ansiedad, posiblemente ni nos hubiéramos molestado en estudiar esa carrera para disminuir la preocupación sobre nuestro futuro.

Es más, sin ese dolor no se explicaría la existencia de este espacio. Con la ausencia de dolor, viviríamos en un mundo tan monótono y aburrido, que la distopía de Aldous Huxley quedaría rebasada. La felicidad, la alegría, sólo se entiende con la existencia de su contraparte, del dolor y el sufrimiento necesarios para llegar a ella.

Paradójicamente la gente que sufre más, es la más ansiosa por no sufrir, y la que menos arriesga porque no quiere sufrir. Esa gente se queda vegetando viendo como el mundo se mueve mientras ellos terminan rezagados, despojados de su espíritu de lucha y por lo tanto de su dignidad. Los fuertes sufren, y asumen el dolor como parte necesaria de su crecimiento. Pero como lo asumen como parte de un proceso, lo superan de una forma más fácil. La gente cobarde en cambio termina encontrando incluso cierto placer masoquista a ese dolor, porque viven con él, porque pareciera más un fin que un medio: ¡Vivo para sufrir! ¡vine a esta vida a sufrir!

El dolor es un motor para cambiar las cosas, para decirle al ser humano que su condición actual no es la apta para satisfacer sus necesidades y que debe hacer un cambio en su vida. Por eso los cobardes que «no quieren sufrir» terminan sufriendo tanto, porque empiezan a juguetear con esa luz roja de alerta, en vez de actuar. Empiezan a disfrutar del color de esa luz, y de como encandila sus ojos mientras va dañando progresivamente su retina debido a la sobreexposición.

Así de simple, no se compliquen.