Burlarse de la vida

Nov 7, 2011

Quizás pocas cosas unan tanto a México como sus tradiciones, siendo el culto a la muerte una de las más celebradas en todo el territorio nacional. Desde finales de octubre comenzamos a ver en las casas, escuelas, o instalaciones oficiales, pequeñas edificaciones cubiertas con papel de china picado, donde se colocan coloridas calaveras de azúcar, fruta, flores y pan de muerto, como ofrecimiento a un miembro de la familia o personaje distinguido que se nos adelantó en el camino.

Paradójicamente, la celebración de la muerte no es otra cosa que un llamado a la vida, donde asumimos que la gente que nos dejó continúa su existencia en alguna otra dimensión, la cual se empata con la nuestra durante los primeros días de noviembre, cuando se corre la cortina entre ambos mundos, lo que les hace posible a los difuntos convivir con sus seres queridos de este plano.

En todo el mundo, la muerte es reverenciada de una u otra forma. Desde el Día de Muertos cristiano hasta el Samhain pagano de los celtas que dio origen al Halloween, cada cultura ha encontrado la forma de rendir homenaje al misterio máximo de la existencia, que comprende nuestra incapacidad de considerar este fenómeno como el final permanente de nuestra personalidad.

Como humanos, nuestro instinto de supervivencia nos hace desear una continuidad, y preferimos verla como un tránsito a una vida distinta, donde nos reuniremos con nuestros allegados que se fueron primero y continuaremos juntos el viaje infinito hacia el perfeccionamiento del alma.

Los y las mexicanas preferimos personificarla, traerla a nuestra vida cotidiana y mofarnos de ella a través de caricaturas, esqueletos de papel maché y rimas ingeniosas llamadas “calaveritas”, donde intercambiamos el miedo a morir por la dicha de la subsistencia. Como afirmaba, el culto a la muerte en México no es otra cosa que un tributo a la vida.

Sin embargo, los tiempos violentos que estamos viviendo nos invitan a reflexionar sobre este tema. En un país donde la guerra en las calles ha cobrado la vida de alrededor de 50 mil personas (según el poeta Javier Sicilia y su Movimiento por la Paz; la DEA contabiliza 43 mil), la muerte deja de ser un invitado fugaz para convertirse en un temor real al que todos y todas estamos expuestos. Los titulares en los medios hablan diariamente de los decesos producidos, ya sea por combates entre las fuerzas de seguridad del Estado contra miembros del crimen organizado, o por luchas entre cárteles por el control de alguna plaza, siendo los segundos los que más atentan contra el derecho a vivir.

Las formas en que se ultiman hablan de cómo se ha perdido el respeto al cuerpo humano, de cómo ha cambiado la mentalidad de algunas personas para deshumanizar a sus enemigos, siendo capaces de crímenes atroces donde pareciera que lo importante no es deshacerse de ellos, sino infligir la mayor cantidad de sufrimiento posible antes de hacerlo; enseñorearse de la vida de alguien más donde la empatía se convierte en un obstáculo inoportuno.

¿Cómo celebraremos ahora el Día de Muertos? ¿Cómo nos burlaremos confiadamente de “La Catrina”, cuando ella nos ha mostrado su peor cara? ¿Cómo honraremos a la vida cuando el miedo a morir hace que haya quienes se pregunten si no sería mejor pactar con los criminales?

Hace poco, Vicente Fox, expresidente de México, dijo que pactar con el crimen organizado podía ser un garante de paz; y en entrevista con El Universal criticó el lunes pasado la guerra contra las drogas emprendida por Felipe Calderón, y señala la necesidad de negociar con los narcotraficantes y de brindarles amnistía.

Con un cinismo insoportable, Fox Quesada parece convertirse en el principal defensor de los traficantes de estupefacientes, olvidando todas las muertes que están detrás de las luchas entre los cárteles por controlar las plazas, y la saña con la cual ejecutan a quienes consideran sus enemigos, siendo algunos de ellos respetables integrantes de la sociedad civil.

El tema de la legalización de los enervantes podría ponerse en la mesa de discusión, junto con un sistema de prevención y tratamiento, pero hablar de un indulto después de 50 mil vidas humanas perdidas suena insultante, sobre todo viniendo de una persona que estuvo al frente de la administración de México, y que probablemente es directamente responsable de la realidad actual.

Justo en la víspera del Día de Muertos, el expresidente nos recuerda con su inverosímil propuesta que es muy diferente la tradición mexicana que se mofa de la muerte, a burlarse descaradamente de la vida.