Defender la vida

Oct 4, 2011

Relata la antropóloga Françoise Héritier, en su libro Masculino/Femenino II, disolviendo la jerarquía, cómo se dio en la antigüedad la apropiación de la sexualidad femenina. En los orígenes, los hombres se maravillaron de la capacidad de las mujeres, no sólo de reproducirse a ellas mismas, a lo igual, sino también a lo diferente, a los hombres, por lo que consideraron necesario apropiarse de aquel extraño bien para poder asegurar su trascendencia. Más tarde, comenzaron a observar que una mujer no podía reproducirse sin antes haber tenido contacto sexual con un hombre, y que el producto de su embarazo tendría rasgos físicos que recordaban a aquél, por lo que infirieron que, aun cuando en ella se hubiera gestado aquel nuevo individuo, éste no le pertenecía, pues había sido puesto ahí por su divinidad o sus ancestros, siendo ella sólo el recipiente del mismo. Nace así la mujer-receptáculo, cuyo contenido cobra una importancia capaz de nulificar su voluntad.

El tema del aborto es particularmente complicado, porque involucra creencias e ideologías religiosas que difícilmente tendrán una conciliación con los grupos que están a favor de su despenalización. Aunque la ley, la razón y los organismos internacionales de derechos humanos estén a su favor, la idea planteada por la Iglesia Católica Romana sobre la implantación de la vida en el cigoto desde el momento mismo de la concepción tiende a colarse hasta en los más renombrados integrantes de la política, el mundo intelectual, e incluso el jurídico, con resultados como el que pudimos contemplar la semana pasada, cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación quedó a un voto de declarar la inconstitucionalidad de las reformas de las Constituciones locales que protegen la vida desde el momento de la concepción.

Hay que tener claridad, sin embargo, de lo que en realidad está en juego. A pesar de que el discurso público en favor de mantener estas reformas apela a la defensa del no nacido, en realidad lo que se está negando es la autonomía de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. Las leyes que dicen proteger la vida desde el momento de la fecundación derivan en una criminalización de las mujeres que, por la razón que sea, no desean convertirse en madres; en Baja California, por ejemplo, según datos de www.elnformador.com.mx, al menos 20 mujeres esperan un proceso judicial por haber abortado.

Las leyes que penalizan la interrupción del embarazo son exclusivas para las mujeres, por la sencilla razón de que los hombres no pueden embarazarse, lo que constituye una discriminación doble, tanto al marcar esta diferencia en los Códigos Penales, como al no enfocarse en la otra parte indispensable para que una gestación pueda suceder. El pretender obligar a una persona a hacer cualquier cosa sobre su cuerpo es negar la autonomía que ésta puede tener por el mismo, es desposeerla de su libertad de decidir sobre lo más personal que puede llegar a tener, donde, además, las consecuencias serán para sí misma.

El discurso apasionado por la protección de la vida se termina en el momento en que ésta comienza, es decir, en el momento en que el niño o la niña nacen y pasan a formar parte del patrimonio exclusivo (y en ocasiones inexistente) de la madre, sin que sus posibilidades por continuarla sean ya motivo de grandes discusiones entre liberales y conservadores. El tema entonces no es por la «defensa de la vida», sino por la libertad de una mujer al definir su sexualidad y todo lo que esto implica, incluyendo la maternidad.

Los argumentos utilizados por los sectores conservadores tienden a culpar a las mujeres por el uso irresponsable de sus gónadas, aduciendo que en estos tiempos cualquier persona sabe que el intercambio sexual entre un hombre y una mujer puede ocasionar un embarazo. Estas personas olvidan que la educación sexual que existe en nuestro país es deficiente, y en muchos casos nula; que efectivamente hay jóvenes y adolescentes que no saben cómo se produce un embarazo, y que incluso hay bastantes casos en los cuales éste es fruto de una relación sexual no consentida. Pero fundamentalmente dejan de lado el machismo implícito en su moralina retórica, donde las consecuencias, físicas, morales, legales, económicas, sociales, etc., son todas para la mujer preñada, quedando el ausente padre suficientemente libre de culpa y responsabilidad, a veces porque no quiere hacerse cargo, en ocasiones porque desaparece. ¿Por qué se tolera esta diferencia? ¿Por qué se toma a la mujer como la única culpable al optar por un aborto, sin considerar que hubo otra persona involucrada para que éste tuviera lugar? ¿Por qué se le criminaliza sólo a ella? ¿No sería más justo, ante la imposibilidad de incluir a los hombres, evitar penalizar a las mujeres?

A pesar de «los tiempos en los que vivimos», seguimos uniendo el sustantivo mujer con el de madre, confundiéndolos con uno mismo, creyendo que sólo porque tenemos la capacidad física de procrear, la responsabilidad de convertirnos en madre es solamente nuestra. La prueba podría ser el número de mamás solteras que hay en México por abandono del cónyuge, contra el de padres solteros. Hasta donde yo sé, la inmaculada concepción no se da desde los tiempos de María, y a menos que se haga uso de costosos desarrollos tecnológicos, para lograr un embarazo se requiere un mínimo de dos. ¿Por qué entonces se observa sólo a la mujer cuando se discute el aborto?

Porque se supone que el sueño de toda mujer es el de convertirse en madre, así lo sugirió en una ocasión el presidente del Colegio de Médicos en Colima, por lo que cualquier mujer que decida no hacerlo es una aberración ante los que comparten esta mentalidad; es una disidente, una mala mujer que intenta recuperar la posesión de su sexualidad, aquella que es tan celosamente guardada por los hombres que las gobiernan.

Estar a favor de la vida, en mi opinión, no implica salvaguardar la integridad de un cigoto, sino brindar completa autonomía a un ser humano del uso de su cuerpo, así como abrir canales para brindar información suficiente y acceso a métodos anticonceptivos, para no tener que llegar a una decisión tan difícil y controvertida como ésta. Defender la vida no es sólo cuidar que el fruto de la concepción se logre y nazca, sino tomar responsabilidad de lo que ocurra después; es dejar de obviar a los cientos de mujeres que cada año mueren por recurrir, desesperadas, a métodos abortivos alternativos, o a clínicas insalubres y no autorizadas. Defender la vida es dejar de ocultarnos en discursos moralinos destinados a hacernos sentir bien, olvidando la historia de mujeres vivas, que sufren consecuencias reales por la discriminación obcecada de México.