La revolución de los cuerpos

Jun 14, 2011

La semana pasada hablaba, en esta misma columna, sobre la enérgica manifestación que hizo Madaí Díaz frente al Palacio Municipal de Manzanillo, para reclamar los malos tratos y despido injustificado de los que fue víctima por parte de la empresa coreana administradora de la regasificadora.

El jueves 2 del presente mes, Díaz Rodríguez se encerró en una jaula frente al edificio público, declarándose en huelga de hambre hasta que le resolvieran sus peticiones –lo que sucedió en 7 horas– y al mediodía se cosió los labios y amenazó con cortarse las venas.

Hubo quienes criticaron la forma en la que Madaí Díaz actuó para exigir lo que ella creía era justo, incluso el secretario de Fomento Económico, Rafael Gutiérrez, la tildó de exagerada, desestimando sus demandas, e invitando a aquellos que no estuvieran conformes con su trabajo sencillamente a renunciar sin hacer tanto escándalo, obviamente más preocupado por el posible alejamiento de las multinacionales que por el trato que éstas les brinden a las y los trabajadores colimenses.

Pero lo que no puede negar nadie es que el actuar de Díaz Rodríguez funcionó, ya que no sólo fue reinstalada en su trabajo, sino que se convirtió en una especie de heroína para el resto de los obreros, por haber puesto encima los ojos de la opinión pública, la cual se indigna particularmente cuando los extranjeros abusan de los nacionales en su propia patria, quizás como una reminiscencia de la conquista.

¿Fue entonces la representación de Madaí Díaz exagerada? ¿Le habrían prestado la misma atención si lo hubiera hecho de otra forma? Me atrevería a decir que no. Tal vez el ensimismamiento por el sometimiento que tenemos a la rutina nos hace ignorar aquello que nos parece común, como se han vuelto las expresiones en pro de derechos humanos en sus distintas vertientes, como huelgas de hambre, marchas y bloqueos. La gente ya no reacciona positivamente a ellas, sino que las ignora, se molesta e incluso las insulta, ya sea interna o externamente, cuando éstas se convierten en un motivo del incumplimiento de su agenda personal.
Se necesita, pues, hacer algo fuera de lo común, atrevido, irreverente, escandaloso, para atraer la atención de la gente y hacerla reflexionar, forzarla a tomar partido, obligarla a mirar. Inventar frases creativas y escribirlas en una pancarta ya no es suficiente para despertar a la población, se requiere algo más dramático, como romper las normas naturales de la autopreservación y coserse los labios, intervenir obras de arte público para mandar un mensaje, e incluso, ¿por qué no?, aprovechar el calor del verano para organizar un bicipaseo al desnudo.

El sábado pasado tuvo lugar la sexta Marcha Mundial Ciclista al Desnudo, donde miles de hombres y mujeres se aligeraron las vestiduras para dar un bicipaseo atípico en ciudades alrededor de todo el mundo, como Madrid, Barcelona, Los Ángeles, Halifax, Ottawa, Londres y muchas más; en México participaron en Guadalajara, Morelia y el Distrito Federal.
Los ciclistas y ambientalistas decidieron unirse y pasearse sin (o casi) ropa para reclamar su espacio por las calles, visibilizándose para exigir respeto al ciclista y al peatón, quienes son continuamente acosados y en ocasiones atropellados por los automóviles, los cuales se han convertido en un fuerte problema, tanto de movilidad como de contaminación atmosférica y auditiva, en prácticamente todas las ciudades del orbe (quizás con la excepción de Ámsterdam, en Holanda, donde hay más posibilidades de ser arrollado por una bicicleta que por un auto).

Hombres y mujeres se despojaron de sus vestiduras y en su lugar decoraron sus bicicletas o sus cuerpos recurriendo al body painting, o escribiendo mensajes en sus espaldas u otras partes de su anatomía como: “¿Ahora sí me ves?”, “Andar en bici fortalece las pompis”, o “conductor, no me mates”.

Los grupos organizadores de este movimiento en México, como Guadalajara en Bici, expresaron claramente sus objetivos en su página de internet, entre los que estaban el cuestionar la excesiva dependencia que tenemos a los combustibles fósiles; promover el uso de transportes de locomoción humana, relacionando el ejercicio a la salud; enaltecer la fuerza individual y corporal y promover el respeto al ciclista y al peatón al desnudarlos ante el tráfico.

A pesar del gran conservadurismo que existe en nuestro país, el cual se acentúa en las provincias, las manifestaciones se realizaron en paz y con respeto, lo que animó a muchos de los participantes a irse despojando de su ropa, hasta quedar completamente desnudos, donde el cuerpo se volvió un medio de comunicación, dejando de ser un objeto de morbo, y donde lo chocante que pudiera parecer la desnudez para muchas personas, sirvió para que volcaran su atención en ellos, y aunque sea por un día hacerlos pensar en el ciclismo como una forma alternativa de locomoción, y a las autoridades a enfocarse en la bicicleta como una opción efectiva y motivarlos a crear más vías y espacios para ellos.

Mas lo interesante de este experimento social son las acciones utilizadas para atraer la atención de los más adormilados, las cuales no sólo parecen cada vez más irreverentes, sino que además reclaman la autonomía y la propiedad de sus propios cuerpos, ya sea cosiéndose los labios o desnudándose en público, haciendo de ellos no sólo el vehículo primario de movilidad, sino también el más llamativo lienzo u objeto de intervención, que irónicamente exige derechos al mismo tiempo que los ejerce y que parece decir: “Este cuerpo es mío, y mostrarlo, mi prerrogativa”, en un significado más amplio de libertad. ¡Bienvenida la nueva revolución social!