El populista

Mar 2, 2011

El populista se dió cuenta de que la «investidura presidencial» no ayudaba a transmitir esa sensación de cercanía para con los pobres. Es por eso que optó por la guayabera, porque es un atuendo informal que lo hace sentirse identificado con la gente, al grado de perderse entre ellos. La guayabera se puso de moda en los 70’s y mandatarios particularmente populistas como López Portillo la empezaron a utilizar y por ende, pasó a ser el atuendo fashion en el círculo de la política. Pero el populista es más que un hombre con una guayabera, es aquel que busca quedar bien con la gente sin importar las consecuencias que ello implica.

El populista tiene como meta primordial aparecer arriba en las encuestas de popularidad. Tiene un carisma especial que lo hace atractivo ante las masas, porque las sabe asimilar y termina incluso adaptando un lenguaje plebeyo para hacerles sentir a sus seguidores que no es un lider aparte, sino que es lider de ellos. El populista se encarga de solucionarle los problemas al pópulo. ¿Tienes un empleo mal pagado? Te subo el sueldo por decreto ¿No tienes donde lavar la ropa? El gobierno te regala una lavadora. La gente está contenta porque se da cuenta de que no tiene que hacer un esfuerzo extra para obtener recompensas y dádivas a cambio de comprometerse con la causa del mandatario. El mandatario es el mesías y el mandado es como el esclavo que no se da cuenta de su condición, necesita ser afín a él y rendirle pleitesía para poder obtener los beneficios que ofrece el populista.

El populista es como aquel ciudadano que gasta todos sus ahorros en cosas inútiles y no los invierte, es como aquel que le dispara «la peda» a todos sus amigos y ni siquiera se fija cuanto tiene en la cartera, al final necesita pedir prestado. Usa el dinero para tener contenta a la gente, no para que este se reinvierta y se genere más riqueza. El populista tiene aversión al mercado, de hecho no confía mucho en la iniciativa y esfuerzo del ser humano, cree que el trabajo duro es un sacrificio y no una virtud. Por eso el populista depende de los recursos naturales para exprimirlos y atraer utilidades sin importar que al no reinvertirse en un largo plazo terminarán perdiéndose. No cree siquiera que el estado debe regular las ineficiencias del mercado, cree que debe controlarlo y debe reducirlo a su mínima expresión. Mas bien cree que el mercado es un beneficio marginal más que el motor de una economía.

El populista cree que el que no está con el es su enemigo. Cree que generar riqueza es despojar a la nación de sus recursos, cree que cada centavo que genera el rico es centavo que se le roba al pobre. pone su fé en los pobres pero a la vez no cree en ellos, por eso no les pide trabajo, no les pide más esfuerzo más que el que implica seguirlo a él. El es el pastor y los borregos son el rebaño. Sus seguidores le inventan porras, frases, lo alaban, lo adoran, creen que es infalible y si se equivoca le hechan la culpa a las circunstancias o a los enemigos de su causa.

Muchas veces se cree que el populista es de izquierda, pero ello no significa que todos los de izquierda sean populistas. La izquierda dice procurar la justicia social y el bienestar para los que menos tienen, pero eso no significa que el político de izquierda deba de derrochar los recursos irresponsablemente para ayudar a los más necesitados. Existen otros mecanismos probados que pueden ayudar a las mayorías sin tener que enemistarse con el rico o con aquel que genera recursos por su cuenta. De hecho hay muchos populistas que han sido considerados de derecha, que a cambio de tener contenta a la población, han utilizado irresponsablemente sus recursos, pero ellos tal vez no los usen para dar de comer a los pobres, sino para ofrecer otros beneficios como seguridad, por medio de estrategias mal planeadas sin ningún trasfondo para eliminar la problemática de raíz, estos populistas de derecha tal vez no tengan aversión al mercado, pero no confían tampoco en la capacidad de su población que creen que lo mejor es dejarlos a la intenperie sin educación ni oportunidades de progreso.

México está lleno de populistas, está infestado de ellos. De hecho tenemos dos presidentes populistas (el oficial y el legítimo) y ninguno de ellos dos ha sabido (o no ha querido) analizar la problemática de fondo para solucionar los problemas que dicen que van a solucionar. Los dos creen que derrochando dinero, subiendo sueldos (a los pobres o al ejército) y aplicando una política de mano dura solucionarán los problemas del pueblo. Y es que a eso nos hemos acostumbrado después de más de 70 años de gobiernos paternalistas y autoritarios. Queremos mandatarios que nos resuelvan nuestros problemas de una vez por todas pero sin que nosotros tengamos que poner algo de esfuerzo.

El populista «legítimo» es decir, Andres Manuel López Obrador, cabe perfectamente en la primera descripción del populista que hice, no hace falta mencionar nada más. El populista «oficial», Felipe Calderón cabe en la descripción del populismo de derecha, porque se ha empecinado en combatir al narcotráfico como una forma de adquirir legitimidad a pesar de que todos sabíamos que la estrategia era la incorrecta. Invierte la mayoría del presupuesto en ello pero deja del lado rubros importantísimos como la educación y la inversión en la ciencia y tecnología. Pero es más «popular» la mano dura para combatir el narcotráfico (que vale, tal vez era necesario, pero es una guerra muy mal planteada) que el mejoramiento educativo del país.

Mientras escribo esto, un populista está acomodándose su guayabera para dar un hermoso discurso ante un gran número de seguidores. Porque saben que para tener un rebaño sumiso, solo se necesita de borregos, y de esos, hay muchos mi estimado.